Lo incómodo de la innovación resultó maravilloso
Hoy fue uno de esos días que no solo inspiran, sino que sacuden. Estuve desde las tres de la madrugada despierta, entre otros eventos, pero nada pudo compararse con la explosión de ideas y emociones que viví en el evento organizado por Sur Global. Me sentí revitalizada, llena de energía, rodeada de personas verdaderamente inteligentes y sensibles que me ayudaron a ver el mundo de una manera nueva y a cuestionar mi rol como diseñadora de servicios.
La reunión de hoy arrancó con una pregunta tan provocadora que no dejó a nadie indiferente: ¿Qué es lo incómodo de la innovación? Fue como una chispa que encendió un fuego de ideas y reflexiones profundas. Cada uno de los presentes tenía algo que decir, algo desde donde arrancar para desenredar esa pregunta. Lo primero que me impactó fue cómo cada respuesta revelaba capas y capas de incomodidades distintas, como si la innovación fuera un espejo que reflejara las partes de nosotros mismos y de nuestras sociedades que, honestamente, no siempre queremos ver.
Otro tema que surgió fue el concepto de colectividad y cómo nuestra sociedad ha perdido esa esencia en favor de un enfoque extremo en el “yo.” Durante la charla, Coral Michelin habló de cómo nuestras identidades se construyen en función del colectivo en lugar de ser algo individualista, como lo plantea la perspectiva occidental. Me hizo pensar en cómo la visión mesoamericana, donde el individuo solo tiene sentido en tanto es parte de un colectivo, es una guía que hemos perdido. Me llevó a reflexionar: ¿cómo sería nuestra sociedad si regresáramos a esa perspectiva? ¿Cómo cambiaría nuestra forma de diseñar si dejáramos de priorizar al individuo y comenzáramos a pensar en las conexiones y las relaciones?
Jorge Carrasco, en particular, habló sobre cómo la regeneración de nuestra subjetividad es el primer paso antes de diseñar cualquier cosa. Si no cambiamos nuestra forma de vernos a nosotros mismos, nuestras prácticas seguirán replicando los mismos problemas. No se trata solo de diseño centrado en el ser humano; debemos pensar en el diseño centrado en el ecosistema, en el colectivo, y en cómo nuestras soluciones afectan a todos los que interactúan con ellas.
Otra conversación que resonó profundamente fue sobre nuestra identidad como trabajadores y cómo esta identidad ha llegado a dominar nuestras vidas. Aitor González mencionó cómo muchas veces nuestra identidad laboral eclipsa otras partes de quienes somos, como ciudadanos y como habitantes de este planeta. Recordó que, en medio del crecimiento de la productividad, seguimos atados a un modelo de trabajo de ocho horas diarias. ¿Por qué no estamos luchando por jornadas de cuatro horas, por ejemplo? Esta pregunta me sacudió. Hemos aceptado un sistema que nos define principalmente por nuestra productividad y por lo que podemos ofrecer al mercado, olvidando nuestra conexión con el entorno y nuestra responsabilidad con la comunidad.
Se habló también de la responsabilidad energética de la innovación tecnológica. Mientras hablamos del potencial de la inteligencia artificial y de las nuevas tecnologías, ¿quién está asumiendo la responsabilidad de su impacto ambiental? Aitor recordó cómo empresas como Microsoft y Meta ya están considerando construir centrales nucleares para alimentar sus sistemas de IA. Esto plantea un dilema ético enorme: estamos generando soluciones que requieren cantidades exorbitantes de energía, y lo hacemos sin un plan claro sobre cómo minimizar su impacto negativo en el planeta.
En este punto, el matemático y autor Nassim Taleb fue mencionado por su libro Jugarse la piel, en el que explora la idea de que debemos asumir responsabilidad por los riesgos que tomamos. Es una lectura que quedó en el aire y que parece relevante para entender cómo deberíamos posicionarnos en cuanto al impacto de nuestras creaciones.
Uno de los comentarios más reveladores fue el de Héctor, quien señaló la falta de visión en los líderes de hoy. Mencionó cómo, en otros tiempos, existían figuras políticas y empresariales que inspiraban y proyectaban una visión de un futuro diferente, pero ahora estamos carentes de ese liderazgo inspirador. Esta falta de visión es particularmente peligrosa en un mundo donde el cambio se da tan rápido. Necesitamos personas que puedan proyectar una visión, un objetivo, y que nos guíen hacia él con determinación. No podemos esperar a que esas figuras aparezcan mágicamente; nosotros mismos, desde nuestros roles, tenemos que empezar a construir esas visiones, a ser nosotros quienes inspiren y muevan hacia el cambio.
Al final, surgió una idea que me pareció poderosa: el colectivo como innovación. En una sociedad tan centrada en el “yo,” la verdadera innovación podría ser volver a aprender a vivir en colectivo. Héctor mencionó la importancia de reaprender a convivir, de comenzar con el pequeño acto de preocuparnos por quienes tenemos cerca, de ser conscientes de cómo nuestras decisiones afectan a los demás. Tal vez no podemos transformar todo el sistema de un día para otro, pero sí podemos comenzar con pequeños actos de empatía y convivencia. La tecnología, con sus algoritmos que refuerzan nuestros puntos de vista, también nos ha aislado y nos ha hecho olvidar lo que significa ser parte de una comunidad diversa.
Se habló también de cómo la innovación requiere responsabilidad y compromiso, no solo con el futuro, sino con el presente. Innovar no es solo una estrategia de mercado; es, en muchos sentidos, un acto de humanización. Nos hace mirarnos de frente, reconocer nuestras limitaciones y darnos cuenta de que necesitamos colaborar de forma auténtica, no solo entre personas, sino como un tejido interconectado de comunidades y tribus. Este enfoque va más allá de la ya tan mencionada “persona en el centro” y nos invita a entendernos como partes de un todo, como piezas que solo funcionan bien en conjunto.
Y aquí fue cuando, lo admito, me caí de espaldas. Sentí que este evento era mucho más de lo que esperaba, que el nivel de honestidad, la profundidad y la amplitud de los temas me dejaban sin palabras. Fue como si estuviera en una cena de lujo, no de platos, sino de ideas: cada concepto, cada referencia, cada frase era como un bocado de alta cocina intelectual, digno de acompañarse con una copa de buen vino, una tabla de quesos y fiambres. Estuve todo el tiempo al borde del asiento, con ganas de anotar cada palabra, cada referencia compartida en el chat, cada fuente.
La conversación avanzó con una claridad y honestidad que me puso la piel de gallina. Fue una experiencia refrescante y hasta rara, porque pocas veces encontramos espacios donde se hable de innovación y diseño con esta crudeza. No era solo una charla más; era una reunión de mentes abiertas, personas dispuestas a profundizar, a retarse entre sí y a compartir desde un lugar auténtico. Este nivel de diálogo, en el que cada palabra parece desenterrar algo nuevo y valioso, es algo que rara vez se encuentra y que debemos valorar y agradecer.
Coral cerró el evento con un mantra que encapsuló todo lo que hablamos: “Somos seres de luz y amor, somos muchos, estamos presentes, somos una red de luz y amor que rodea a la madre tierra, que todos los seres se beneficien de nuestras buenas acciones.” Este cierre fue un recordatorio hermoso de que, aunque el camino es complejo y a menudo incómodo, tenemos la capacidad de actuar desde un lugar de amor y compromiso. Las ideas discutidas hoy me hicieron ver que no estoy sola en este viaje, y que hay personas que también quieren construir un mundo más justo y equilibrado.
Este evento fue un espacio donde no solo discutimos, sino que también nos nutrimos mutuamente, expandimos nuestra visión y nos recordamos que somos parte de algo mucho más grande. Fue un recordatorio de que el cambio verdadero y significativo requiere de estos momentos de reflexión, de diálogo y de conexión auténtica. Al salir de esta experiencia, me siento llena de inspiración y con un renovado sentido de propósito para actuar y diseñar con intención, consciente de que cada decisión es una oportunidad para construir ese futuro colectivo que tanto anhelamos.